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harold bloom: 1000 páginas por hora

El espectáculo de la lectura

En estos tiempos de ferias neoliberales, ¿qué pasa cuando la literatura se vuelve asunto exclusivo de literatos?

Publicado: 2014-08-24

Alguna vez Harold Bloom afirmó que podía leer 500 páginas en una hora. Eso en su vejez, porque antes al parecer llegaba a las 1000.  

El dato tiene su lado cómico. Recuerda al tenista rumano Ilia Nastase, de quien circulaba la leyenda de que se había acostado con cinco mil mujeres; cantidad que el mismo Nastase calificó de exagerada y redujo a un número más modesto: 900.

David Markson, al enterarse de la confesión de Bloom, decidió crear, con algo de crueldad, el “Film Harold Bloom” en una de sus novelas. En la primera escena, vemos al profesor Harold Bloom devorándose el “Ulises” de Joyce en una sola tarde. En la segunda –y final, porque en realidad se trata de un corto-, el profesor Bloom arrasa con los 26 tomos de Conrad durante un fin de semana. Si existe un espectáculo de la escritura –tan evidente en estos tiempos de ferias neoliberales-, también existe, al parecer, y según sugiere Markson, un espectáculo de la lectura.

La consecuencia es obvia: la banalización de la cultura: cantidad en lugar de calidad, nemotecnia en lugar de memoria, velocidad en lugar de asimilación crítica. Solía decir Oscar Wilde que una de las cosas más tristes de la experiencia lectora es el hecho de que transitamos por tantos libros como si fueran hoteles, tomando de sus autores pensamientos difusos, residuos, polvo efímero y ceniza; pero nunca el alma. La imagen es efectiva. Y de ella uno concluye que la verdadera lectura consiste en habitar un libro, penetrar sus páginas hasta que nos sean tan familiares como los rincones de nuestra propia casa. Así, al parecer, se leía en el pasado, cuando los lectores no sufrían el acoso digital.

Pero la aventura del profesor Bloom tiene una arista insólita que no alcanza a ver Markson. La literatura se está convirtiendo, poco a poco, en cosa exclusiva de los literatos. Es decir, el lector de hoy en día es también escritor, o al menos transita a paso firme hacia ese destino. El hecho culminaría por desterrar del universo literario la inocencia –y también por sentenciar la extinción del escritor espontáneo. Proceso natural, creo yo: un lector sofisticado reclama escritores sofisticados. De allí el triunfo de la novela reflexiva que a menudo se transforma en ensayo –los libros de Sebald, Vila Matas, Claudio Magris y Calasso son ejemplos.

Lo que tienen en común estos autores es precisamente la voracidad lectora. Tal vez no hayan alcanzado nunca la cifra escandalosa del profesor Bloom, pero su erudición es vasta y admirable. Es, sobre todo, una erudición creativa que sirve a un propósito mayor: la creación literaria –cada vez más huidiza para el escritor anacrónico que piensa que para escribir, con la vida basta.


Escrito por

Marco Escalante

Malabarismos del tedio


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